Siento una gran nostalgía.
Tal vez sea la música.
Tal vez sea el cansancio.
Nunca volveré a ser lo que fui, ni lo que soy.
Respiro, lentamente, y dejo que mis poros se abran que entren todas esas débiles sensaciones.
Exhalo, con tranquilidad, el malestar que no termina de irse.
Me siento como al borde de una depresión, el aire me invita a dormir.
Hay un espacio, al que me muevo en ocasiones como esta, es pequeño y cómodo, repleto de palabras que hieren, caras que no recuerdo del todo pero que son más claras que la mía. En él, me abrigo con la creencia de que todo lo que he cambiado, todo lo que he mejorado es para impresionar a aquellos que se han ido, para que si me encuentran, no se vuelvan a separar.
Me gusta estar ahí, perforando mi conciencia, uniendo pedazos de experiencias y escuchando cómo el pulso se va deteniendo, como si estuviera preparándome para invernar en verano.

Renacer y ser niño otra vez.

No me busques. No me insistas. No me dejes.

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Me ves con ojos tan brillantes, tan adheridos a mis movimientos que temo aplastarte con un paso en falso, porque sé que me necesitas más de lo que me quieres.