Primer día para mí de clases, me desperté más tarde de lo que tenía previsto, pero aún era buena hora, alcanzamos a ir a desayunar y de ahí a la escuela. La primera clase era Sistemas Electrónicos de Control Continuos, el aula es muy grande con unas mesas largas y con muchos asientos, uno tras otro, es decir, una mesota para toda una fila y varios asientos, son asientos de madera que se desdoblan hacia abajo para que uno se pueda sentar. Creo que ahí fácilmente caben 100 estudiantes, nos sentamos en la primera fila para poder escuchar bien, porque no hay como micrófono o algo que permita escuchar bien hasta atrás. Frente a nosotros una plataforma de 1 metro aproximadamente de altura, con un pequeño escritorio y un largísimo pizarrón verde, éste estaba montado en unos rieles verticales, y tras él, un segundo pizarrón. También había una gran pantalla para diapositivas.
A las 9:02 AM entró por una de las puertas del aula, una joven y guapa mujer, con bata de laboratorio, blanca. Era nuestra profesora, Elena López Guillén, Doctora en Electrónica. Comenzó su clase haciendo referencia a lo visto la vez anterior, me gusto su tono de voz y la fluidez de sus palabras, se veía muy segura de lo que decía, y rápidamente entró al tema correspondiente a la clase, comencé a grabar con mi grabadora de voz, la puse a un lado de mi cuaderno y me dispuse a escribir en él.
Era una clase de dos horas, y abarcamos muchísimo contenido, fue un repaso de lo que yo había visto en una materia hace algunos semestres, casi abarcó todo el curso en menos de 2 horas, tuvimos un pequeño descanso a los 50 minutos de haber empezado la clase, y salimos faltando 22 minutos para las 11:00 AM.
Salí contento de la clase, se veía que iba a estar ajetreada pero nada fuera del otro mundo, hablamos con la profesora para ver que sucedería con el laboratorio de la materia, porque ya habían pasado las inscripciones para laboratorios, nos informó que debíamos acudir con Marta Marrón, la encargada de los laboratorios de Control.
Fuimos a buscarla, pero no la encontramos. Aprovechamos para localizar algunos otros salones y laboratorios. También visitamos la pequeña librería que nos queda a la entrada llegando por el sur, tienen bastantes libros, aunque los precios son muy parecidos a los de México, Toño compró un bolígrafo y un portaminas, yo solo me quedé milando como chinito.
Después, sugerí echar un vistazo a la cafetería, quería ver cómo funciona por estos lugares la alimentación universitaria. Hay máquinas con muchos botones, ahí seleccionas lo que vas a comer, beber, etc., luego, aparece un ticket y lo llevas al mostrador y ya, esperas unos cuantos minutos, ya sea en la barra o en una mesa, y pronto te lo dan. Hay unos escalones que bajan, a un comedor un poco más moderno y elegante, pero estaba cerrado, sin movimiento, no supe si es porque a cierta hora lo abren o porque está en reparación o es exclusivo.
Tenía clase hasta las 13:00, así que decidí volver a casa para descansar un poco, pues no había dormido muy bien. Comí galletas y un plátano, cerré los ojos un rato y después le escribí rápido a mi madre.
Regresé 12 minutos antes de la clase a la escuela, mi propósito acá es llegar temprano a todas las clases, me senté en una banca un rato, y me puse a escuchar el CD de Lateralus, de Tool. Estuve sentado, leyendo una revista cultural que había recogido por ahí días anteriores, QUBO, está más o menos, bueno, en fin, algo para leer.
Se acerco la hora de entrada, me puse de pie y me miré hacia el salón A4 del edificio Sur, ahí sería mi clase, salieron varios alumnos de él, y poco antes de que terminaran de salir todos, entré yo, con mi cámara en mano y tome unas cuantas fotografías. Me senté nuevamente en primera fila.
A las 13:00 en punto entró un señor de unos 43 años, de lentes, cabello corto, y con una finta de profesor que nadie se la quita. Bastante serio, con buen volumen de voz, aunque a veces para hacer algunas aclaraciones o comentarios desviados del tema habla más quedito. Saqué mi grabadora de voz, la vio de reojo y continuo con la clase; de repente, se me cerraron los ojos, no porque su explicación fuera tediosa, sino porque en mi reloj biológico aún inadaptado eran pasaditas las 4 de la mañana, pero traté de mantenerme despierto, y pude aguantar los 56 minutos de clase sin bostezar.
Regresé a la residencia, fui a comer y después me puse a trabajar en el diario y a pasar las clases que había grabado a la laptop, no las escuché. Estuve entradísimo redactando, se me fue el tiempo, y decidí publicarlo en el blog. Para cuando terminé, ya era muy noche, me bañe y me dormí.
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